de ALEJANDRO HERNÁNDEZ MAESTRO.
El escenario político de España cuenta con más actores en un lado que en otro. De cara a las elecciones generales el ala izquierda la abarcan más partidos que cada vez tienen menos similitudes que diferencias. Esto ha provocado que ni las fuerzas políticas que dicen traer el cambio hayan logrado ir de la mano en las elecciones. Partidos como Podemos o Unidad Popular, que se estrenan en estas elecciones, desencadenan en una mayor división del electorado de izquierdas. Y tal y como funciona el sistema electoral en España esto ocasiona que se pierdan muchos más votos en el bando ideológico que más fragmentado esté.
El Partido Socialista se encuentra en una compleja situación. El mando de Pedro Sánchez, marcado por claroscuros, divide su electorado y lo mantiene en la confusión de si seguir apostando por lo mismo. Un día anuncia que derogará la reforma laboral del PP, y dos meses tarde especifica que algún aspecto, tal como lo es el de los despidos, lo mantendrá. El secretario general se ha mantenido escondido. No se ha atrevido a debatir en la televisión con otros secretarios generales, hasta que a dos meses de las elecciones, en un alarde de autoconfianza, sorprende con que quiere debatir con todos dónde sea, con quién sea y de los temas que haga falta. Otro día anuncia la incorporación a sus listas para las generales de la diputada por UPYD, Irene Lozano, la cual ha mantenido siempre una posición de desprecio hacia la gestión del PSOE. Y, claro, esto al electorado no le gusta, por lo que tiene que recuperar su posición de izquierda presentando una propuesta de reforma de la constitución para que España sea un Estado laico.
Más alejado del centro, la Izquierda Unida de Alberto Garzón, trata de recomponerse tras el que ha sido el año más duro del partido. Lo hace buscando la unidad popular de los partidos de izquierdas. Lo ideal hubiera sido con Podemos, por su emergente importancia en la política, pero no ha habido entendimiento y las negociaciones se han cerrado. Finalmente, se creó la plataforma ciudadana Ahora en Común – ha pasado a llamarse Unidad Popular – a la que se ha integrado. Alberto Garzón, se ha presentado a las primarias y ha salido elegido como candidato a la presidencia con un 96% de los votos. Otras formaciones como Izquierda Abierta, el Partido Por un Mundo Más Justo, el Partido Humanista, el Partido Multicultural y distintos partidos dependiendo de la circunscripción autonómica también han querido hacerse un hueco en la alianza.
Por otra parte, el partido ecologista Equo ha decidido no confluir dentro de la candidatura de Unidad Popular. La negativa se basa entre otras cosas en que desde su punto de vista esta coalición no ayuda a la suma de votos de las fuerzas del cambio. Otra razón es el control partidista por parte de Izquierda Unida de Unidad Popular.
Podemos sigue como principal fuerza política del cambio para la generales, según las encuestas. No obstante, no es motivo de alegría en el partido puesto que éstas son las mismas las que señalan la considerable pérdida de porcentaje de intención de voto a lo largo del año. La formación ha seguido una estrategia más moderada que la que adoptó desde su nacimiento. El secretario general, Pablo Iglesias, cuyo liderazgo es imagen del partido, dice sentirse cansado, motivo por el que ha abandonado su escaño en el Parlamento Europeo. Sus últimas intervenciones en medios de comunicación, como el debate con Albert Rivera, tampoco han estado a la altura.
Lo que es claro es que la política sigue teniendo un problema que debe resolver y más aún cuando la situación del país no mejora lo que debería. Los partidos invierten sus mejores ideas en ganar las elecciones, en cómo conseguir más votos o cómo robárselos al rival. En marcar una agenda política para mejorar la imagen que los medios ofrecen y en tener el mejor director de comunicación. Y, aunque ello se base, fundamentalmente, en las propuestas a realizar a partir de su imaginaria contundente victoria, éstas persisten en un segundo plano. Como si el electorado no se diese cuenta, como si la estupidez de ver quién es el líder más carismático o el que mejor habla en los medios fuera lo importante. Lo peor de todo, es que ya existe esta costumbre y, al fin y al cabo, se ganan las elecciones por motivos como este. Así demostramos la inteligencia de este país que se hunde política y democráticamente, con superlíderes en los partidos, con fichajes estrellas, con retóricas que consiguen victorias apabullantes pero sin avance en lo que concierne.
Las fuerzas de izquierda se reparten la mayoría de votantes en España. Sin embargo, no existe un proyecto o unas ideas comunes de las que partan estos partidos para desarrollar sus políticas. Si bien, unos podrían priorizar unas cuestiones que supongan más importancia para su electorado o para su proyecto de país. En un contexto en el que la democracia involuciona en nuestro país, encuestas, analistas y profesionales de la política se centran en el supuesto de que gran parte del electorado vota a quien menos se desplace hacia los lados ideológicos que marcan la política de la mayoría de los países democráticos.