El gobierno de Pedro Sánchez, entre realismo, obsesión y espejismo.

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de PIERTONI RUSSO.

A comienzo de enero el rey Felipe VI propuso al líder del PSOE, Pedro Sánchez, el encargo de formar el nuevo gobierno, tras la renuncia del presidente en funciones, Mariano Rajoy. El secretario general del partido socialista aceptó y lleva dos semanas reuniéndose con los secretarios de los principales partidos políticos españoles para intentar obtener el apoyo necesario para sumar una mayoría de votos que le permitiría ser nombrado nuevo presidente del gobierno.

Una tarea muy difícil, visto que debería obtener el consentimiento –o por lo menos la abstención- por parte de dos partidos como Podemos y Ciudadanos, que son de ideología muy distinta y que difieren en casi todos los puntos de sus programas de gobierno. Los líderes de ambos partidos, Pablo Iglesias (Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos) han asegurado en muchas ocasiones que nunca apoyarán al PSOE en un acuerdo de gobierno multipartidista que incluya a ambas de estas formaciones políticas, junto al PSOE, en el grupo que formará el nuevo gobierno.

Pero, Pedro Sánchez necesita cuadrar las cuentas, y sabe perfectamente que no puede llegar a ser investido, sin el apoyo de ambos partidos. Excluyendo a priori un acuerdo con el PP, la única otra alternativa posible sería recibiendo el apoyo de Podemos, IU y los partidos independentistas. Eventualidad que Sánchez no quiere tampoco contemplar. ¿Cómo juntarse con los partidos independentistas? ¿Cómo abrirse a un futuro referéndum sobre Cataluña? ¡Nunca!…salvo con un último gesto de desesperación para poder alcanzar su sueño de ser presidente del gobierno.

Pablo Iglesias y Albert Rivera, que tampoco son personas de empeñar la palabra y de meter la mano en el fuego –en estos últimos dos meses ya han demostrado poder cambiar muy rápidamente de opinión sobre varias cuestiones relacionadas con los pactos de gobierno- por lo menos sobre este acuerdo entre PSOE/Podemos/Ciudadanos han aclarado tajantemente que este no es un pacto mínimamente plausible y tampoco se debería plantear por parte del líder de los socialistas. Enormes son las diferencias programáticas –especialmente en materia económica- entre estos partidos y tampoco es previsible que Iglesias o Rivera acepten apoyar a una alianza de gobierno que incluya al partido antagonista y que les excluya directamente de un acuerdo con el PSOE.

Ellos saben perfectamente que con estos acuerdos se juegan la credibilidad del propio partido, teniendo claro que no se puede llegar a sacrificar las ideologías, solo para llegar a gobernar. Los electores –justamente- no lo entenderían. Albert Rivera ya se ha arriesgado mucho hace unas semanas en mediar para hacer posible una alianza entre PP/PSOE/Ciudadanos, aunque los últimos hechos judiciales que han afectado directamente a muchos exponentes políticos del Partido Popular y que han llevado a las dimisiones de Esperanza Aguirre como Presidenta del PP de Madrid, han destinado al PP a un irremediable aislamiento en el tablero político nacional. El mismo Rivera, en este momento, no entablaría ninguna negociación con el partido de Rajoy, sabiendo que esto tendría consecuencias gravísimas para su partido. Además, en este momento, si se tuviera que volver a votar, Ciudadanos se convertiría con mucha probabilidad en el segundo partido más votado –pasando por delante del mismo PP y de Podemos- gracias a los votos de una buena parte del electorado de derecha decepcionado del PP. Una oportunidad única para poder anhelar a la presidencia del gobierno por parte del mismo Rivera, una vez redimensionada drásticamente la influencia del partido popular. Una segunda imperdible oportunidad para Ciudadanos, después de la decepción electoral del 20-D que les marginó a ser el cuarto partido más votado.

Volviendo a las negociaciones electorales, Pedro Sánchez ya parece haberse volcado en este juego mezquino del “pacto inmoral”, y está tratando con Ciudadanos –el partido que el mismo líder socialista llamó durante la campaña electoral “la derecha, la nueva generación del PP”- y que ahora para él se ha convertido en una “fuerza del cambio”, un partido del cual fiarse y con el que poder crear un programa común de gobierno. Con estos intentos se demuestra que, evidentemente, el PSOE sigue siendo la “vieja política”, que solo está interesada en gobernar y que da poca importancia a los intereses reales de los ciudadanos.

Pero Sánchez se demuestra muy optimista y sabe que -desde el día que el rey le propuso el encargo de formar el gobierno- su credibilidad y su fuerza en el interior de su partido han ido aumentando.

Además, la propuesta de someter al voto de los militantes del PSOE cada posible acuerdo con otros partidos, diciendo que no “será presidente a cualquier precio”, pareció una propuesta extremamente sensata y democrática, pero perdió buena parte de su magia, cuando el PSOE comunicó que el resultado de la votación de la militancia no era vinculante para la decisión que el partido adoptaría en última instancia. Como para demostrar que finalmente, lo más importante solo es llegar a sentarse en el sillón del presidente de gobierno.

Para terminar, Pedro Sánchez comunicó que espera ser presidente para la primera semana de marzo. ¿Solo se trata de un espejismo?