CITIUS, ALTIUS, FORTIUS

DEPORTE Y POLÍTICA, ¿Relación esporádica o matrimonio cohesionado?

de Álvaro Carreño Guadaño

Una competición deportiva. En principio lo más inocente, transparente y sano del mundo. El deporte está considerado por todos como un elemento clave y conformador del ser humano contemporáneo, pasando a formar parte desde hace años de la formación básica en el proceso educativo de las niñas y niños, por su suma de valores y aportes para la cohesión de una personalidad en la vida adulta y por sus obvios aportes benignos al desarrollo físico. Por eso encontramos aberrante e incluso ilógico las problemáticas que rodean en ocasiones muchos eventos deportivos. Actos aislados, pero aún así presentes lo suficiente como para reflexionar sobre la idiosincrasia del deporte y todo el entramado que le rodea. Más allá de los asumibles y típicos apoyos y desencuentros entre una y otra afición por su procedencia, origen o naturaleza en muchas ocasiones podemos atisbar y diferenciar problemáticas mucho más profundas y complejas a un mero enfrentamiento tradicional entre vecinos o equipos irreconciliables.

Las competiciones deportivas en el mundo del intercambio, la comunicación, las redes sociales, los adelantos técnico/informáticos y la publicidad han alcanzado unas cotas de visibilización inmensas. El deporte forma parte del día a día, quieras o no. Los boletines televisivos de noticias reservan gran parte de su tiempo en la información deportiva. Los ídolos infantiles y juveniles siguen siendo unos deportistas cada vez más publicitados y visibles… Es por tanto lógico que el deporte deba ser más tenido en cuenta de lo que se le tiene…

Ya no como deporte, como entretenimiento, actividad saludable, icono o modelo de vida. El deporte puede darnos claves básicas de nuestras sociedades pasadas, presentes y futuras, debiendo ocupar su lugar correspondiente en los estudios encargados para el conocimiento completo de una realidad sociocultural determinada. La influencia de la política en todas las esferas de la vida, no es permeable en el caso de la raíz deportiva. Han ido, van e irán de la mano, y es una realidad de la que debemos sacar más jugo.

¿Relación esporádica o matrimonio cohesionado entre política y deporte? Si hacemos un recorrido por algunos ejemplos de esta cohabitación, podemos evidenciar que la inocencia es un rasgo no muy claro en muchos episodios de la historia del deporte. Podemos encontrar varias respuestas y resultados durante esta observación: Reafirmación nacional, reconciliación, amenaza, conflictos irresueltos, enfrentamiento abierto o evidencia clara de problemas.

La reafirmación nacional quizás sea una de las evidencias más claras entre la connivencia político/deportiva, y por eso su ejemplificación sería demasiado obvia. Por eso es preferible dejar a un lado el constante zarandeo nacionalista de una bandera tras un éxito deportivo, e intentar ahondar más en el interior de la cuestión.

La final de la Super Bowl de 1991 para decidir el ganador de la campaña del año anterior no será solo recordada por su emocionante y reñidísimo partido entre dos mitos de la NFL[1] estadounidense (Chicago Bulls 19 y New York Giants 20). Ese partido celebrado en la ciudad de Tampa (Florida) el 27 de enero fue una gran maniobra orquestada para que el pueblo norteamericano se reafirmará en su amor patrio en unas fechas complicadas y controvertidas: El final de la Guerra del Golfo (1990-1991). Una guerra orquestada desde Washington a través del control de la ONU para seguir con su asentamiento estratégico en el tablero del juego político, más despejado tras el inicio de la caída libre de la URSS hacia ya unos años. La invasión de Kuwait a manos del Irak de Saddam Hussein, postulante al liderazgo del mundo árabe y del petróleo y férreo tirano nacido de la política de estados vasallos norteamericana durante la Guerra Fría fue el detonante. Fue una guerra rápida… pero no tanto como se esperaba. Una guerra “beneficiada” de los adelantos tecnológicos en aviación, misiles y supuestamente el control sobre los ataques, evitando a priori las muertes indiscriminadas entre la población civil… Ilusiones y mentiras, o quizás errores… La cifra de muertos iraquíes ascendió a casi 30.000 muertos, y la opinión pública internacional veía con estupor como Bagdad era iluminada con alevosía por los bombardeos.

En ese contexto el pueblo americano no era ajeno a los esfuerzos de guerra, la muerte de sus efectivos y la mala prensa internacional, empezando a contagiarse de manera preocupante a la previa buena prensa del presidente Bush… Debemos entender por tanto que Whitney Houston fuera elegida para interpretar el himno nacional estadounidense. El público asistente en Tampa y todo el país a través de televisiones y radios tenían que sentirse orgullosos esa noche de ser y haber nacido norteamericanos, la nación occidental que velaba por los problemas del mundo.

“Como estadounidenses sabemos que hay veces en que debemos dar un paso al frente y aceptar nuestra responsabilidad de dirigir al mundo, lejos del caos oscuro de los dictadores. Somos la única nación en este planeta capaz de aglutinar a las fuerzas de la paz.”[2]

El Star Spangled Banner interpretado por la afamada cantante afroamericana permanece aún en la retina de los estadounidenses. Durante esos escasos minutos una invisible y no palpable inyección de orgullo, respeto, emoción, alegría y americanismo comulgaron en millones de hogares, y sin la necesidad de haber orquestado nada excesivamente complicado: Una prodigiosa voz, el himno y la bandera nacional multiplicados por mil en un estadio repleto de simbología nacionalista y militar con un telón de fondo bélico. Durante el video es difícil evitar el entusiasmo: Los puños en alto de la cantante, los carteles repletos de “God bless America” o “Go USA”, la agresiva y salvífica letra del himno o los rostros emocionados de soldados saludando militarmente en el momento preciso. Si no lo habéis visto, lo recomiendo.

Photo: Getty Images

La reconciliación, tanto real como ficticia, suele también representarse y teatralizarse con asiduidad en un estadio o competición deportiva. Una sociedad resquebrajada o dividida que se une a través del deporte, es una maravillosa utopía que en la mayoría de los casos no deja de ser un símbolo superficial.

Podemos tomar como ejemplo la gala inaugural de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 cuando el gobierno australiano y el establishment blanco lanzó un guiño a sus habitantes y al mundo: La reconciliación de la Australia aborigen con la nación australiana. Se utilizó para ello el momento más emotivo e impactante de toda ceremonia olímpica: el encendido del pebetero. El último relevo de la antorcha fue realizado por Cathy Freeman, importante atleta australiana/aborigen varias veces campeona del mundo y medallista olímpica en Atlanta 1996. El momento álgido de su carrera no fue conseguir el oro en la final de 400 metros en su país y rodeada de su público… Ella fue una de las imágenes imborrables de esos juegos, por sí misma y por el significado de su presencia en un momento tan crucial. Ataviada con una malla blanca que acentuaba aún más sus rasgos raciales, se introdujo en el agua y realizo uno de los encendidos de pebetero más espectaculares hasta el momento. La reconciliación se teatralizaba también en el encendido, pues del agua surgía el fuego olímpico, y como intermediaria una aborigen australiana.

Menos imborrable sigue siendo todo el avergonzante pasado oculto y negado perpetrado contra los pueblos aborígenes de Australia. Símbolos como el de Cathy Freeman no logran mitigar el Apartheid y el genocidio. Aún en los años 70 del siglo XX se han testimoniado casos de robos de bebés aborígenes a manos de las administraciones o la iglesia cristiana para entregarlos en adopción a familias blancas[3], y eso está demasiado cerca. Puede por tanto que este símbolo sea ambiguo y controvertido, pero no está de más que la visibilización aborigen sea continua y normalizada, para así seguir luchando contra la desigualdad y la injusticia que aún hoy golpea a los miembros de esta nación subyugada.

Photo: Daily Telegraph

La amenaza, la tensión, la espera… la paz armada en definitiva, han estado también presentes en el binomio política/deporte. Además fueron una constante durante la Guerra Fría, un campo más donde la batalla entre estadounidenses y soviéticos se presentaba a una opinión pública cada vez más polarizada. La calma tensa que se deduce de momentos como la crisis de los misiles cubana de 1962, se experimentó también en la vida deportiva. Muestra paradigmática son sendos boicots político/deportivos a la celebración de dos Juegos Olímpicos: Los de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984.

El boicot, protagonista de dos citas olímpicas, afectó a la vida deportiva de infinidad de deportistas de los dos bloques presentes, pues en muchos casos se les prohibió competir  con el riesgo de perder la ciudadanía. Un mundo dividido en dos boicoteo dos citas y miles de carreras deportivas. Para muchos no habría más oportunidades, en el veleidoso y complicado logaritmo del mundo del deporte. Mucho más aún cuando nos referimos a deportes tan complicados e influenciados por la edad de sus practicantes como puede ser el caso de la gimnasia rítmica. Deporte dominado desde hacía años por la órbita soviética, fue aceptado por primera vez en los juegos a partir de Los Ángeles 1984, cita en la cual las jóvenes gimnastas del Este nunca participaron. Era el estreno olímpico, y en el pódium no se escuchó ni el himno soviético ni el búlgaro… Ni más ni menos una canadiense se hizo con el primer título en la disciplina de gimnasia rítmica de la historia olímpica.

En cambio la URSS ideó una salida a su ausencia olímpica de ese año. Diseñó junto a sus aliados[4] la celebración de una cita deportiva propia, a la cual se invitaría a deportistas de toda nacionalidad y con unos ideales de fraternidad y tranquilidad ajenos a las anteriores citas olímpicas. Surgieron así Los Juegos de la Amistad de 1984, una cita inusual y novedosa, muy marcada por la política. Se celebrarían competiciones en diversos países durante el verano de 1984, y la gala inaugural se celebraría en el Estadio Olímpico de Moscú. La prensa de la época recoge la naturaleza de esta “inofensiva” cita[5]:

…”Tras hora y media de exaltaciones, todo acabó con la formación de las palabras CCCP (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) sobre el campo, y al tiempo que en los tableros aparecía el mensaje «El deporte es embajador de la paz», CCCP se transformaba en paz, surgía la esfera de la tierra desde el centro del estadio hacia lo alto y se cantaba «A la radiante paz, sí, sí; a la guerra nuclear, no, no». Palomas, globos, saludos, aplausos. La fiesta había terminado. Los 100.000 espectadores comenzaron a abandonar el estadio. Los altavoces anunciaban que en Berlín, Sofía y Praga atletas socialistas habían mejorado las marcas olímpicas.”

Por tanto ese 1984 hubo un gran duelo deportivo. Las mejores gimnastas de rítmica del mundo se disputaron la supremacía mundial: Ralenkova, Kutkaite, Beloglazova, Panova… Sería la búlgara Georgieva la que finalmente se llevaría el gato al agua… en Varna (Bulgaria) no en la ciudad californiana, una reina de la gimnasia un tanto anómala. La verdadera gloria olímpica, aunque deslucida y adulterada se la llevaban otras afortunadas. La política truncaba la historia olímpica de estas deportistas, y encumbraba a la canadiense Lori Fung, a la rumana Doina Staiculescu y a la alemana (RFA) Regina Weber, gimnastas de un nivel discreto comparándolas con las participantes de los Juegos de la Amistad. Estos hechos se repitieron en muchas disciplinas deportivas… Cumpliéndose records y notas estratosféricas en La Habana, Budapest, Moscú o Ulán Bator y no en Los Ángeles, fruto del boicot, del enfrentamiento, de la polarización del mundo y de la situación de amenaza continua que vivió la humanidad durante décadas.

Photo: Alan Zanger/CorbisIMAGES

Los conflictos irresueltos son uno de los elementos más incómodos para cualquier país, pues suelen ser pequeñas espinas enquistadas en la carne más profunda y dolorosa de la nación, o naciones… y suele salir a la luz de manera espontánea, o no, en el momento menos indicado posible. Decíamos que el deporte mueve unas cantidades ingentes de información, atención, público y dinero… Una gran difusión, que suele visibilizarles fácilmente y que les convierte en escaparate tanto de éxitos deportivos como rasgos de otro tipo.

La Vuelta Ciclista a España ha evidenciado durante gran parte de su historia uno de los grandes problemas irresueltos sobre los que se construyó el estado español. Unos cimientos firmes, poco flexibles para un terreno pantanoso. El Estado de las Autonomías naciente de la Constitución de 1978 enfrentado al nacionalismo centrífugo de las nacionalidades históricas conformadoras de ese conglomerado cultural al que llamamos “España”.

En 2011 la principal prueba ciclista española volvía a pasar por las carreteras alavesas, guipuzcoanas y vizcaínas después de más de 30 años de ausencia. Una decisión buena y correcta para unos, y aberrante para otros, pero una realidad al fin y al cabo. Ríos de tinta y horas de radio y televisión se dedicaron al tema, tanto para ensalzar los nuevos aires que normalizaban una situación artificial y anticuada como para criticar una politización deportiva que a nadie importaba ni en Euskadi ni en España y que solo conseguía alterar y atacar la identidad vasca.

De la primera opinión era el gobierno socialista, liderado por Patxi López, que resumía en sus declaraciones el sentir de los vascos no nacionalistas (o de algunos):

«Treinta y tres años esperando a que vuelva la vuelta a la Comunidad en la que, seguramente, hay más afición al ciclismo de toda España, con un equipo como el Euskaltel, que corre el Tour y la Vuelta y despierta pasiones en este país, y, por fin, los podemos ver en casa corriendo una grandes pruebas por etapas. Creo que va a ser un gran día en Euskadi»[6]

En cambio la renovada izquierda abertzale, liderada por la Bildu democrática daba otros tintes a esta actuación, a priori inofensiva:

«No es casualidad que la prueba ciclista más importante del Estado español transite por Euskal Herria”…»mientras han dejado perecer a varias pruebas ciclistas vascas mediante el recorte o denegación de subvenciones, no han dudado en aportar miles de euros para que la Vuelta transite por nuestras carreteras»… «Quieren escenificar que, tras 17 años sin pasar por carreteras de Euskal Herria, la normalidad política ha vuelto a este territorio.”[7]

Finalmente varias etapas pasaron por suelo vasco, y en este año 2012 la presencia vasca también se anunció a bombo y platillo, y no hubo ningún incidente de importancia capital, aunque si varias concentraciones de diversos colectivos para protestar por esta medida tan arbitraria y caprichosa para unos como normal para otros. La dualidad del Euskadi del siglo XXI que se evidencia en la actualidad deportiva del momento, evidenciando que los puentes y lazos deben ser verdaderos y con visión de futuro.

Photo: José Manuel Vidal (EFE)

El enfrentamiento directo y violento en el deporte lamentablemente es algo normal y no extraño a los aficionados y al gran público consumidor de espectáculos deportivos. Hemos sido testigos de peleas, enfrentamientos, linchamientos e incluso batallas campales, cuando el público asistente participa de la violencia y el enfrentamiento se extiende y descontrola. Los motivos para peleas de esta envergadura suele ser la rivalidad, unas declaraciones incendiarias previas, la tensión por la necesidad de la victoria… pocas veces reúnen elementos de marcado carácter político.

Hay ocasiones en las que el contexto político, de carácter permeable, invade totalmente todas las esferas de la vida humana, incluyendo el apartado que atañe al deporte. Una excesiva tensión política, económica o social unida a una reñida y complicada disputa en un estadio puede ser motivo de males mayores. Uno de los partidos míticos y ensalzados de toda la historia del waterpolo se le conoce por El baño sangriento de Melbourne.

Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, uno de los mayores escaparates a nivel planetario. En la cita deportiva más importante del mundo, cada estado lleva todo aquello que puede darle gloria deportiva, transformable después en dosis de buena imagen. Para Hungría, la competición de waterpolo debía ser uno de sus mayores logros, como lo venía siendo desde hacia citas pasadas… Pero ese 1956 sería especial. Una revuelta estudiantil y cultural y las manifestaciones de la población húngara fueron suficientes para que el gobierno de Moscú sacara los tanques y aplastara la insurrección magiar. La política de bloques en la Guerra Fría no entendía de autodeterminación, disidencia o pluralidad. Bajo la aureola protectora del Pacto de Varsovia (También de la OTAN en el bloque capitalista) se esclavizaba y domaba a numerosos estados satélites, que bailaban al son del kalinka moscovita… y todo paso de baile discordante, era igualado.

Los bombardeos, ataques y explosiones sobre Budapest alertaron a la selección húngara de waterpolo, concentrada a las afueras de la capital. Fueron sacados del país por Checoslovaquia, y sería ya en Australia cuando realmente entendieron y recibieron toda la información sobre lo ocurrido en su patria. Ya fuera la providencia, el destino o el azar… Llegaron a semifinales la selección húngara y la soviética, y obviamente la tensión, el odio y la venganza, afloraron desde las primeras brazadas. Un partido durísimo, violento y agresivo, que Hungría controló desde el principio (4-0) y que al final fue recordado no por la calidad de su juego, si no por la sangre que tiñó de rojo las aguas de la piscina. El soviético Valentin Prokopov, a falta de pocos minutos, asesta un fuerte golpe en la cara al joven líder húngaro Ervin Zádor y la imagen recorrerá el mundo. Las gradas, pro húngaras (exiliados y opinión pública australiana favorable) estallan de furia, y el partido debe ser finalizado inmediatamente.

Finalmente Hungría se impondría en la final a Yugoslavia, otro estado de la órbita del astro soviético. Zádor declaró sobre el partido “Sentíamos que estábamos jugando no sólo por nosotros, sino por todo nuestro país”… Una victoria sobre los opresores, una revancha deportiva que intentaba cicatrizar las heridas de la nación húngara, que debería esperar años para respirar en plena libertad.

Photo: Getty Images

Tras recoger su medalla de oro, Ervin Zádor y la mayoría de sus compañeros de equipo así como muchos componentes de la delegación olímpica húngara de 1956, no volvieron a su país. El protagonista del partido sangriento recibió ofertas para nacionalizarse australiano, pero optó por marchar a EEUU, donde su potencial se aprovecho en la formación de un mito de la piscina: Mark Spitz.

El exilio de deportistas, así como de cualquier otro organismo o tipo de gremio o corporación, es quizás una de las evidencias fundamentales de que algo no funciona en el país de origen. Una “fuga de cerebros” doblemente forzada, con el agravante de la dictadura, el oscurantismo y la represión en muchos casos. Hoy en día es común el cambio de nacionalidad, a veces se realizan verdaderos cambalaches administrativos… pero aún perduran salidas y exilios “a la soviética”. Y deberíamos decir “a la castrista” pues hablaremos del microcosmos cubano, ese paraíso caribeño en vías de apertura en la actualidad. La solidez del edificio socialista cubano tiene una relación catártica con el deporte de la isla: No se entienden los éxitos deportivos sin el interés y fomento de las instituciones, pero la cerrazón y la poca consideración para sus deportistas hace que en muchos casos esos talentos pulidos por el socialismo se pasen al “enemigo”.

Cuba ha tenido grandes deportistas y ha sido potencia en deportes como el voleibol, boxeo, beisbol, gimnasia artística, halterofilia o lucha… pero lamentablemente anualmente y desde hace años, el goteo incesante de salidas es continuo desde el levantador Roberto Urrutia, que ya compitió en Los Ángeles 1984 por EEUU. Y es que es el vecino norteamericano quién recibe y aprovecha el trabajo y el esfuerzo de estas estrellas cubanas creadas en las Escuelas Superiores para Atletas. La estrategia en muchas ocasiones es la misma: Abandonar el país legalmente, en viaje oficial hacia una competición internacional y una vez en suelo extranjero, a través de familiares o contactos abandonar la delegación y autoexiliarte. En otros casos por el siempre eficaz matrimonio, como el que permitió a la gimnasta Annia Portuondo convertirse en Annia Hatch y conseguir su medalla de oro en los Juegos de Atenas 2004 bajo bandera estadounidense. Otras, el riesgo es mayor, y los deportistas abandonan el país de manera ilegal, ya en avión a través de una escala en otro país latinoamericano vecino o la temida travesía en balsa hacia la tierra prometida de Florida. Se ha dado la circunstancia de deserciones de equipos nacionales enteros, como en el caso del volleyball… Sea como fuere, el goteo es permanente, el último caso conocido la mitad de la selección nacional de baloncesto[8], o numerosos rostros del beisbol cubano, a los que se rifan en la liga norteamericana. Adquieren libertad, fama, reconocimiento y cobran cifras impensables en su país natal y esto no hace más que dañar el deporte cubano: En la última cita olímpica, Londres 2012, no han estado presentes ni en un solo deporte de equipo, donde antaño eran tan temidos… ¿Hacen falta más evidencias? Es suficiente ver la imagen adjunta del remista cubano Manuel Huerta durante los Juegos de Londres 2012.

Photo: BBC

Odios, iconos, envidias, presiones, reconciliación, idolatrías, amenazas, tensiones, comparaciones, alegrías… Todo esto produce la combinación de los intereses políticos y la pasión deportiva. Sea para bien o para mal, lo que está claro es que una verdadera ciencia social en la actualidad, debe preocuparse por estudiar, comprender y saber interpretar o reinterpretar lo sucedido en muchas competiciones, pabellones deportivos o estadios, pues pueden servir como ejemplificación perfecta a la comprensión del mundo que hemos vivido, vivimos y posiblemente viviremos.


[1] National Football League

[2] Declaraciones hechas por George H.W Bush el 20 de enero de 1989 en su toma de posesión.

[3] Primera publicación relevante sobre el tema en Australia: Peter Read (1981) “The stolen generations: the removal of aboriginal children in New South Wales 1883 to 1969.”

[4] Estuvieron ausentes de Los Ángeles 1984: Afganistán, Albania, Angola, Bulgaria, Checoslovaquia, Cuba, Etiopía, Hungría, Laos, Mongolia, Polonia, República Democrática Alemana, República Popular Democrática de Corea, Unión Soviética, Yemen del Sur y Vietnam. Sí asistirían Rumanía y Yugoslavia del lado soviético, y China, enemistada con el gobierno de Moscú y presente por primera vez en unos Juegos desde hacía 30 años.

[5] Juan Mora para El País,  domingo 19 de agosto de 1984.

[6] Declaraciones del Lehendakari Patxi López por Sonsoles Zubeldia para El País, 9 de septiembre de 2011.

[7] Publicado por El País, 19 de julio de 2011.

[8] Cinco miembros del combinado nacional cubano abandonaron de madrugada la concentración durante la disputa del Centrobasket en Puerto Rico, en Martí Noticias el 20 de junio de 2012.