Los votantes de Podemos que le vieron en el debate con Albert Rivera en “Salvados” (Jordi Évole, La Sexta) del pasado 18 de octubre, estaban bastante preocupados por Pablo Iglesias, que apareció perceptiblemente cansado, sin energías, agotado por el ritmo de una vida, la de un líder político, que te lleva a vivir bajo una presión constante y que nunca te permite descansar. Especialmente cuando se acercan las elecciones. Pero, encontrarse en la pantalla a Pablo Iglesias casi irreconocible, que admitía estar extenuado y que se preguntaba cuánto tiempo poder seguir en su actividad de político manteniendo este estilo de vida, era todavía más alarmante, principalmente porque, a pocas semanas del 20D, a un dirigente político no le están permitidas este tipo de confesiones públicas, aunque sean lícitas, sinceras, humanas.
Estas confidencias hubieran podido ser un regalo enorme, imperdonable, del secretario general de Podemos hacía sus directos adversarios políticos, cuando ya la situación actual parece poco consoladora, con el grupo de Podemos que sigue en una situación desfavorecida en las encuestas pre-electorales, como si hubiera perdido el poder encantador de los meses anteriores, cuando dominaba en las mismas encuestas y cuando, quizás por sus ideas más innovadoras y “revolucionarias”, conseguía atraer a mucha más gente. Luego, el “boom” de Ciudadanos, y la revisión del programa de Podemos hacia una política más moderada, afectó negativamente a este partido, que empezó a perder el consenso de la parte de ciudadanía que está desilusionada de los partidos políticos de siempre y que pide un cambio sustancial en la forma de hacer política en España.
Parecía todo perdido, tirado al viento.
Un año de ilusiones – desde la fundación de Podemos – y de emociones incontrolables que nadie se esperaba poder vivir hablando de política, especialmente en estos apenados tiempos de crisis económica, ética y de valores ideológicos. Pero, con Podemos la gente volvió a sentir la ilusión en la política, a creer en el cambio. Y los jóvenes, que se habían demostrado los más desinteresados por la esfera pública de nuestro país, se convirtieron improvisadamente en protagonistas del cambio, empezando a salir a la calle, a abrir círculos de este partido por toda España, a participar activamente en la vida política, incitando hasta a los propios abuelos para que les votaran. Y de esta forma se recogieron –en las elecciones administrativas- los primeros frutos de tanto trabajo, con resultados inimaginables. El más rico fue -no cabe la mínima duda- la derrota de Esperanza Aguirre -la Margaret Thatcher de los conservadores de España- a la alcaldía de Madrid. La dama de hierro del Partido Popular tuvo que arrodillarse delante del éxito de Manuela Carmena, la candidata de la coalición guiada por Podemos que se presentó para gobernar en la capital. A la vez, llegaba otro revés para los conservadores: Ada Colau, candidata de Podemos, fue nombrada alcaldesa de Barcelona. Las dos principales ciudades españolas acababan gobernadas por los “radicales”. Todo esto hace solo seis meses, cuando ya se hablaba de Podemos como si fuera un partido en crisis, sin perspectivas para el futuro. Pero, las urnas demostraron que este partido seguía vivo y, además, empezaba a tener un peso político y a tener las primeras experiencias importantes en las administraciones de este país.
Sin embargo, hace dos semanas -a partir del debate de Salvados- las voces sobre una debacle de Podemos volvieron nuevamente a intensificarse, y los espectros de una desastre electoral tornaron a atormentar a los votantes del partido morado. Se predijo una nueva catástrofe.
Pero Pablo, de repente, ha vuelto. El guerrillero de siempre, brillante y carismático como lo conocíamos. Lo demostró el pasado 30 noviembre cuando participó en el debate con otros dos candidatos a la presidencia del gobierno de España, el mismo Rivera (Ciudadanos) y Pedro Sánchez (PSOE). Cuando explicó detalladamente el programa de su partido y las medidas urgentes que se deberían tomar para mejorar la situación de este país, para crear empleo apostando en las energías renovables, para permitir regresar a España a todos los cerebros fugados que han tenido que emigrar para poder tener un trabajo digno y bien remunerado, para derogar la ley de educación del gobierno Rajoy y estabilizar la situación de los profesores, para favorecer a la pequeña y mediana empresa, para ayudar a los autónomos, para parar los desahucios, para garantizar una sanidad universal que no excluya a los extranjeros, para encontrar una solución a la cuestión catalana.
Todo esto con el carisma de siempre y la capacidad de prevaler sobre el adversario político gracias a su dialéctica, sus bromas sutiles y su sarcasmo. Pablo Iglesias ha vuelto, esperemos que no sea demasiado tarde.