Los llaman vándalos, incívicos y grafiteros. Y muchos critican su manera de expresarse porque creen que es mucho vandalismo y poco arte. Plantillas, pósteres, pegatinas, murales, baldosas, material reciclado, y una cantidad infinita de espray. En cada ciudad hay centenares de artistas urbanos que aprovechan la noche o los lugares más aislados para expresarse artísticamente. Sus objetivos son las paredes, los puentes, los trenes. Desde el tagging –la firma del grafitero, que es la manifestación plástica del movimiento hip hop- hasta el dibujo más elaborado, que es más característico del arte urbano.
Desde las pintadas de Taki 183, en los años 70, hasta las plantillas más valoradas del planeta, de Banksy, el grafitero británico más célebre, que sigue permaneciendo en el incógnito, igual que el artista urbano francés Invader, cuyos trabajos se componen de baldosas cerámicas inspiradas en personajes de videojuegos, como Space Invaders, el juego de arcade de 1978.
El documental ‘Exit through the gift shop’, nos ayuda a entender mejor este movimiento. En una idea inicial, debía ser un documental sobre Banksy que se había planteado hacer el videomaker francés Thierry Guetta, pero que luego se convirtió en una producción del mismo Banksy sobre Guetta. El francés, mientras tanto, había empezado a dedicarse al arte, convirtiéndose en Mr. Brainwash. Este documental nos describe el mundo del Street Art, que tiene el propósito noble de mejorar, mediante estas pintadas, los espacios urbanos más desolados, como por ejemplo las áreas industriales o los edificios de los barrios más humildes, bloques de cemento sin color ni balcones, que son la expresión más triste de la arquitectura industrial y de los suburbios. Una forma de reivindicar estos espacios y de pedir un cambio que permita a los ciudadanos vivir en entornos más agradables. Además de convertirse en una expresión de la crítica social, mediante el mensaje que trasmiten estas pinturas.
Sin embargo, durante décadas, el único objetivo de cualquier propietario, comunidad de vecinos o ayuntamiento ha sido el de alejar a los grafiteros de las paredes de su pertenencia. Denuncias, multas y, en algunos países, hasta la pena de prisión. Pero, en los últimos años, la publicación en las redes sociales de los trabajos de estos artistas y la labor de videomakers como Thierry Guetta, han conseguido que muchas de estas pintadas se convirtieran en obras de arte preciadas y bien valoradas. Un ejemplo es Shepard Fairey (Obey Giant), el artista urbano estadounidense que se hizo famoso por el cartel ‘Hope’, realizado para la campaña presidencial de Barack Obama. Los galeristas empezaron a contratar a estos artistas para que pintaran en numerosas ciudades de todo el mundo, invitados y financiados por las ferias de arte y por los organizadores de las mismas.
Un ejemplo axiomático es el pueblo de Grottaglie, en el sur de Italia, donde numerosos grafitis dejados a medias por la intervención de los vecinos del pueblo -que denunciaron los artistas callejeros que pintaban sin autorización las paredes del pueblo durante el Fame Festival- se terminaron después de que los mismos vecinos pidieran a la organización del festival que los artistas volvieran.
Esto ocurrió porque la gente se dio cuenta de tener algo de valor en las fachadas de su casa, y estos artistas, antes desconocidos, empezaron a tener una notoriedad internacional. A este festival acudieron artistas como Os Gemeos, Vhils, Blu, Revok y EricailCane. El festival, que nació como provocación, en un pueblo desconocido de Italia, se convirtió en un evento donde acudieron –durante sus cinco ediciones- coleccionistas de todo el mundo, dispuestos a pagar cualquier cifra para comprar las obras firmadas por estos artistas.
En la actualidad, las obras de Banksy, Shepard Fairey, Blek le Rat, Kaws, Mr. Brainwash -por nombrar solo algunos de los nombres más destacados- se subastan por precios elevadísimos en las galerías más importantes del mundo, como Christie’s, Sotheby’s y Phillips, abriendo el debate sobre la contradicción de esta comercialización del arte urbano, que nace como un movimiento ilegal, libre y revolucionario, que no debería sucumbir al mercadeo del arte. El dinero es muy tentador y los artistas no siempre son fieles a sus principios, pero no todos están dispuestos a rendirse. Un ejemplo es Blu, el artista italiano que empezó a borrar todas sus pinturas de las calles de Bologna, en Italia, cuando una poderosa institución cultural se planteó extraer sus obras de las paredes de las calles, para llevarlas a un museo y organizar una exposición sobre el Street Art. Blu no se lo pensó y lo borró todo, y su ciudad se quedó sin sus maravillosos murales.
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