de Piertoni Russo.
Viendo las imágenes de lo que está pasando en Turquía, sobre todo en Estambul y Ankara, las ciudades principales de un país enorme, me recuerda a un libro que leí hace unos años cuando vivía en Berlín, en Alemania. Se trata de Salam Berlin de Fabian Scheidler, que cuenta la historia de un chico que vive entre su ciudad de origen, Estambul, y su nueva ciudad, Berlín, donde se ha mudado con sus padres. Según datos oficiales, el 3,7 % de la población alemana es de origen musulmana, con más de 2,6 millones de personas que provienen de Turquía. Solo en Berlín, la capital alemana, viven 120.000 turcos, en distritos como Kreukberg, Neukölln y Moabit. El primero de estos, Kreuzberg, es mejor conocido como “la pequeña Estambul”.
El libro enfoca su atención sobre la situación de los emigrantes turcos en el extranjero, y sobre todo explica cómo la población emigrada en el extranjero, casi siempre se queda con una imagen anticuada de Turquía, como si no fuera posible imaginarse que la situación social, política y religiosa de su país pueda haber cambiado durante los años, y se haya alcanzado una suerte de “revolución social” que ha acercado de forma casi inimaginable Turquía a Occidente, por lo menos si nos referimos a los cambios que se tuvieron en Estambul, la ciudad más poblada, y en Ankara, la capital.
El protagonista del libro se queda asombrado cuando, recién llegado de Estambul, se enfrenta al estilo de vida de los turcos de Berlín, que aunque vivan en una de las ciudades más multiculturales y avanzadas de Europa, siguen “encerrados” en sus barrios, relacionándose casi exclusivamente con personas procedentes de Turquía, con las cuales pueden compartir un estilo de vida que respete las normas éticas o religiosas propias del país de origen. Es habitual que los emigrantes no se enteren de los cambios que ocurren en el país de origen, y – habiéndolo dejado hace muchos años sin tener la posibilidad de regresar – se quedan con una imagen que ya no corresponde a la realidad. Viviendo en algunos barrios turcos de Berlín, o de cualquier otra ciudad de Alemania donde es evidente la presencia de ciudadanos turcos, es habitual encontrar personas que viven con la cara cubierta por un velo, que respetan las doctrinas religiosas con una intensidad que ya no se refleja en la mentalidad de los ciudadanos de las dos megalópolis turcas antes nombradas, que sigue buscando su pareja entre sus connacionales, solo porque los padres nunca permitirían una unión entre dos personas cultural y religiosamente distintas.
Vivir en Turquía es algo bien distinto. Vivir en Estambul es como vivir en Paris, Londres o en la misma Berlín. Paseando por las calles de Estambul encontrarás los mismos rostros, la misma forma de vestir, la misma forma de pensar y mismas ideologías de cualquier joven europeo. El líder turco Erdogan y su Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), quieren restaurar una forma de pensamiento que ya no corresponde a la actualidad. Turquía – aunque no se pueda generalizar – es modernidad. Evidentemente estamos hablando de un país de una superficie enorme, de más de 783.000 km² y de más de 72 millones de personas. Saliendo de las dos grandes ciudades principales te encontrarás en pueblos de Anatolia o Cappadocia donde el tiempo parece haberse parado y donde los cambios tardarán todavía décadas o siglos en llegar. Pero la puerta entre Oriente y Occidente está abierta, y Estambul es el centro de las comunicaciones sociales y culturales entre Europa y Asia.
El partido de Erdogan quiere prohibir lo que ya no es posible limitar. Las últimas decisiones del gobierno han sido preocupantemente autoritarias: 1) limitar la promoción y el consumo de alcohol – no se podrá publicitar en ningún caso la venta de alcohol y estará prohibida la venta a menos de 100 metros de una escuela o de un templo – 2) la iniciativa que, a través de anuncios en el metro de Ankara, avisa a los jóvenes que se besan en público para que se comporten de forma “moral”, y eviten de besarse en el metro, actuando de acuerdo con las normas éticas.
A día de hoy estamos en el tercer día de protestas y represiones violentas que evidencian la dificultad del gobierno de hacer marcha atrás para devolver a Turquía a una mentalidad obsoleta. Decenas de miles de personas salieron a la calle para manifestarse en contra de las medidas del gobierno. Las protestas siguen en Ankara, Estambul y 65 otras ciudades del país. Protestas que dejan más de 1700 personas detenidas, 1000 heridos – según el ministro de Interior – y dos personas fallecidas – la noticia no ha sido confirmada – según Amnesty Internacional. Estados Unidos y Unión Europea han criticado el uso excesivo de los gases lacrimógenos por parte de la policía turca y han pedido al gobierno turco que se respete la libertad de reunión y de expresión de los ciudadanos.
El progreso no se puede parar, los cambios culturales han llegado ya y una nueva mentalidad se está formando en los jóvenes turcos. Turquía es siglo XXI, nunca tenemos que olvidarlo.
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