de DAVID PÉREZ LÓPEZ.
La historia se repite y el humano retrocede un paso más en su camino a la evolución. Cuando éste se empeña en tropezar cincuenta veces sobre la misma piedra, no hay quien le detenga. Algo similar les ocurre a los adolescentes con la tontuna del conservadurismo intelectual. Desde los medios de comunicación se ha concienciado a las masas que hay que tener cuidado con ciertos vocablos de nuestro exquisito castellano, pues pueden denotar cierta irritabilidad melindrosa.
Entre las nuevas generaciones hay algo que huele mal. Se puede respirar en el ambiente. Un olorcillo a represión y orden que llama la atención a más de una nariz. Un olor putrefacto que parece proceder de varios lugares al mismo tiempo. El caldo de cultivo no se cocina únicamente en las universidades. Lamentablemente, esta encrucijada de la regresión tiene más orígenes que los que se le adjudican a Cristóbal Colón en su partida de nacimiento.
Hace apenas unos días, en una de las aulas de una universidad cántabra mientras se simulaba una tertulia política entre varios compañeros de clase, una frase ensordecedora derrumbó el umbral del sonido. No porque el volumen fuera máximo, sino porque los ideales que se escondían tras esa efímera oración eran terriblemente estridentes. “El tema de la violencia de género debería recibir menos atención por parte de los medios”. Así justificaba una estudiante el aumento de fallecimientos por violencia doméstica. “Si no se dedicase tanta atención, quizás habría menos víctimas”.
Dan ganas de llorar solo con escuchar razonamientos tan irracionales. Silenciar un problema en la sociedad no es más que darle vía libre para prolongar su existencia.
Después está la familia. El clan se asemeja bastante a un virus pernicioso y contagioso que no deja títere con comedia. Prolifera a sus anchas. Vacía el pensamiento de todo aquel que se interpone en su camino y le reprograma con creencias propias del siglo IV antes de Cristo. La infestación no tiene límites y las víctimas ya muestra síntomas claros de adormecimiento.
Pero, ¿de dónde surge toda esta parafernalia del tradicionalismo en la juventud? En la educación, nada más lejos de la realidad. Los padres son responsables del aprendizaje de sus hijos. Deben comprender que sus pequeños ‘saltamontes‘ son auténticas esponjas que asimilan hasta el último detalle. Un gesto, una reacción o una acción aparentemente insignificante. El mero hecho de que la madre se haga cargo de todas las tareas de casa y el marido se dedique a ver la televisión día y noche ya pone de manifiesto el continuismo de una tendencia que se perpetua como una plaga.
Si este modelo de pensamiento se ha reforzado en los muchachos de hoy en día, tal vez se deba a que en ningún momento el germen fue aniquilado. Quizás los que ahora acusamos a nuestros descendientes, jamás supimos enseñarles como correspondía. De hecho, ellos son el reflejo en el agua de nosotros mismos.
No es necesario impartir una asignatura en la escuela sobre civismo ni ciudadanía para ayudar a los jóvenes a comprender que hay determinados prejuicios que se tendrían que dejar en el olvido. Para eso ya está la Filosofía y la Ética, aunque algunos mandatarios pretendan reducir sus horas lectivas. La solución y el problema se hallan en la misma ecuación.
La incógnita se despejará cuando las mujeres puedan elegir a su libre albedrio si desean abortar o no. El rompecabezas se armará cuando la población no se escandalice al ver dos homosexuales darse un beso de amor. El crecimiento del ser humano como raza será real a partir de aquel instante en el que cada individuo se exprese de la manera que más le convenga y el resto aplauda su decisión de hacerlo.
Nadie pone en duda que el hombre es la única especie animal con capacidad de razonamiento, pero seguro que nadie tampoco puede discutir la prematuridad de su corazón. A veces uno piensa en volver a la prehistoria. Por lo menos, antes se sabía que el que mandaba era el líder de la tribu. Ahora, te lavan el coco y encima te hacen creer que eres tú quien forma tu propia opinión. Amén