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Nuestra Europa

de ÁLVARO CARREÑO GUADAÑO.

2739. Ese es el número de la vergüenza que el gobierno español ni siquiera se molesta en ocultar. 2739 son los refugiados provenientes de diversos países en zona de conflicto bélico (Siria, Irak o Libia) que la Comisión Europea ha “repartido” y “separado” para ser acogidos en España. 2739 son las almas y vidas que hace unos meses, con las sensibilidades menos inflamadas y con las televisiones menos interesadas, el gobierno de Mariano Rajoy se negó a recibir a un número “tan alto” de refugiados, por las características y la situación económica y social del país. 2739 fue el número que le tocó a España en esa burda e inhumana tómbola celebrada en Bruselas, cuyo único premio ha sido el bochorno internacional.

El bochorno en esta ocasión no es únicamente patrio. Las instituciones europeas y todos sus países miembros van de la mano en un nuevo fracaso del europeísmo, de la Europa de los pueblos y las naciones, de la centinela de los derechos humanos y la calidad de vida. El ideal de Coudenhove-Kalergi, o el de Jean Monnet, el espíritu de los tratados, la Europa abierta de Maastricht y Schengen (1992-1995) se termina de desmoronar, pues el derrumbe se había hecho evidente mucho tiempo atrás: Los miedos y exabruptos de gobiernos ante la adhesión a la UE de búlgaros y rumanos, algunos argumentos peregrinos frente a la unión con países como Bosnia-Herzegovina o Turquía, las reiteradas amenazas e intentonas de países como Suiza y Austria a saltarse lo pactado en lo relativo a la libre circulación de personas, la inoperancia ante la inmigración mediterránea desde sus inicios y un largo etcétera más de pisotones a la imagen que de ella misma se había creado la amable y civilizada Europa.

La crisis económica, la incomprensión entre el norte y el sur de la unión, el nuevo silencio ante la masacre palestina perpetrada por el estado de Israel en Gaza en el verano de 2014, el liderazgo alemán, los preceptos de Merkel, la oleada de psicosis creada por los atentados y ataques islamistas, el miedo al Estado Islámico y su amenaza de atacar el corazón de Europa, el órdago griego o el repunte de partidos de extrema derecha o ultranacionalistas no han hecho más que acrecentar el caos ideológico y la tensión entre los socios europeos.

La inmigración y la inhumanidad ante la misma era algo ya conocido, pero desde las sombras. Asociaciones, ONG y otras instituciones denunciaban e informaban a la aletargada opinión pública sobre las nefastas condiciones y las injusticias que se vivían en las fronteras de la unión. Antes de las alambradas en Hungría y Bulgaria, España ya tenía construidas sus altísimas vallas en Ceuta y Melilla, donde los ataques, asaltos e incluso muertes de subsaharianos intentando huir de la pobreza y la miseria, morían sin remedio, bajo la general negligencia de la sociedad.

Mariano Rajoy, orgulloso del “bagaje español” en política inmigratoria, ofreció a Merkel y a las instituciones comunitarias la ayuda de su ejecutivo, admitiendo revisar la cifra de refugiados asignados por Bruselas y pidiendo una reforma de las medidas generales de asilo político y del Tratado de Schengen. Rajoy también habló de la necesidad de iniciar mecanismos más potentes a la hora de diferenciar entre asilados por motivos políticos y por motivos económicos. El presidente español declaraba: «O somos capaces de hacer una política de asilo o no resolveremos nunca este problema y seguiremos viendo situaciones tan tristes y tan dramáticas como las que desgraciadamente hemos visto, y muchas, en los últimos tiempos». Cita obligada a las tristes y dramáticas situaciones que hemos visto. QUE HEMOS VISTO. Que hemos visto ahora, cabría corregir, septiembre de 2015. O mejor dicho, que hemos querido ver.

Aylan Kurdi ha sido quizás el mayor revulsivo para la reacción de la sociedad europea. El cuerpo inerte de ese niño sirio de Kobani en las arenas de la turística localidad turca de Bodrum, ha servido para que la mayoría de nosotros alce las manos al cielo y sea más consciente del drama humano que se vive a las puertas de nuestro hogar. Aylan viajaba junto a su familia, con la intención de llegar a la isla griega de Kos, uno de los puntos más transitados en esta ruta inmigratoria hacia el corazón de Europa. La imagen de Aylan Kurdi, yacente en la arena ha hecho más efecto que semanas, meses, años de información, alarmas y noticias sobre el drama de la inmigración en Europa.

¿Cuánto nos va a durar esta preocupación? ¿Cuánto tiempo más nuestras redes sociales van a clamar por una solución para estos miles de personas? Facebook, twitter se inunda de palabras, vergüenza, imágenes y de incomprensión. Hemos despertado y nos hemos hecho conscientes de este infierno… Pero ¿Cuánto nos va a durar esta preocupación?

Poco, lamentablemente muy poco. Ya hemos sido testigos antes de como noticias similares conmocionaban al mundo entero y con el paso de los días, la mayoría corríamos el tupido velo de la ignorancia, para volver a nuestra realidad. Nuestra realidad no es perfecta, ya lo sabemos y sufrimos todos, y no vamos a enumerar de nuevo la situación complicada que hemos vivido, estamos viviendo y nos queda por vivir. Es indiscutible. Tan indiscutible como que nuestra realidad sigue eclipsando la realidad global.

La globalización, la internacionalización, el mundo interconectado… Para muchos denostado, para otros el claro objetivo de la humanidad, nos deja claro que hoy, septiembre de 2015, Occidente sigue dictando la realidad mundial. Fuera están los otros, los antagonistas y actores secundarios, que a veces se entremezclan con nosotros, sus tramas con las de los papeles protagonistas. Ellos son roles y personajes, creados para nosotros, ellos recalcan o deslucen nuestro papel en el espectáculo de la realidad global. Imperialismo en estado puro. ¿2015 o 1896?

Nos sorprendemos y nos asustamos después ante la barbarie y la sin razón de estos pueblos y países incivilizados: Terroristas sanguinarios, 11S, 11M, Bin Laden, los talibanes y su régimen de terror, el burka, el ISIS… Miramos con indiferencia las noticias en nuestros televisores y nos preguntamos ¿Hasta cuándo durará esto? ¿Son humanos?

Esta pescadilla que se muerde la cola la hemos creado nosotros. Esa Europa que ahora se niega a abrir sus puertas a los que huyen de la masacre, fue la Europa que conquistó el mundo y lo colocó bajo sus talones. La misma Europa que “descubrió” el mundo ni más ni menos, cuatro continentes más por destruir, expropiar y saquear. La misma Europa que se repartió territorios, materias primas y recursos, incluso personas. La misma Europa que dividió de manera artificial los territorios por los que iba pasando, creando un desbarajuste étnico, religioso y político que llega hasta nuestros días. La misma Europa que involucró al resto del mundo en sus conflictos: LAS GUERRAS MUNDIALES, pero que ignoró conflictos extra europeos, que ella misma había creado. La misma Europa que amparada por sus instituciones y sus ideales decidió luchar contra cientos de culturas y formas de pensar ajenas a ella. La misma Europa que armó a los terroristas y fanáticos contra los que hoy el mundo tiembla. La misma Europa que potenció el miedo, el odio y el ataque entre la mayoría de credos religiosos actuales. La misma Europa que construyó su estado de bienestar sobre el trabajo, la riqueza, las vidas mismas de los tatarabuelos, los bisabuelos, los abuelos y los padres de esos inmigrantes que hoy dejamos ahogarse en las aguas de “Nuestro Mar”. La misma Europa que se negó y entorpeció la independencia de estos pueblos, fomentando los problemas internos que estos tenían. La misma Europa que bombardeó, asesinó y ocupó países bajo regímenes enemigos. La misma Europa que se mantuvo en silencio como norma ante desastres de la que era responsable…

Esa misma Europa, es la que hoy ha provocado la muerte de Aylan Kurdi, de tres años. Y de su hermano, del resto de su familia, del resto de los ocupantes de las dos embarcaciones naufragadas ayer, de los cientos de muertos de esta semana. De los miles de desaparecidos durante esta crisis migratoria. De los millones erradicados a lo largo de la historia. Esa misma Europa, es nuestra Europa.

laturca

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