El 21 de agosto de 2013 en las afueras de Damasco, en Siria, más de 1400 personas fallecieron como consecuencia de un ataque – probablemente químico, por medio del uso de un gas sarín – lanzado por el gobierno de Bashar Al-Asad contra los rebeldes opuestos al presidente.
Siria está involucrada desde 2011 en una guerra civil que ve contrapuestas las Fuerzas Armadas del gobierno de Al-Asad a varios grupos rebeldes armados. La guerra civil ha sido caracterizada por una fuerte represión de las protestas, que empezaron de forma pacifica y que fueron intensificándose durante estos últimos tres años. Hasta el momento, serían más de 110 000 las personas fallecidas – entre ellas unas 40 000 son víctimas civiles.
Como consecuencia de este ataque, el gobierno de EE. UU. expresa su gran indignación por lo sucedido y el presidente Barack Obama, Premio Nobel de la Paz en 2009, afirma que EE. UU. no pueden quedarse indiferentes delante de un crimen de esta gravedad y anuncia una inminente acción militar contra Siria, con o sin el apoyo de la ONU.
Estados Unidos declaran poseer pruebas claras en referencia al uso de armas químicas por parte de Siria. Todo recuerda lo sucedido en 2003 cuando EE. UU. y su presidente de aquel momento, George W. Bush, justificaron el ataque a Irak y a su dictador Sadam Husein y comenzaron la Guerra de Irak, afirmando falsamente que Irak poseía armas de destrucción masiva y que representaba una amenaza para los EE. UU. y sus aliados.
La reacción del mundo político internacional ha sido unánime a favor del ataque a Siria. El primer ministro de Reino Unido, David Cameron, ha sido el primero en apoyar a Barack Obama, aunque el voto del Parlamento británico haya desmentido a Cameron, rechazando el plan de ataque. A falta del apoyo del Reino Unido, EE. UU. encontró pronto un nuevo fuerte aliado: la Francia de François Hollande. Ningún país aliado a EE. UU. se ha declarado en contra de la guerra y solo los países del “bloque soviético”, con la Rusia de Vladímir Putin por primero, han rechazado la guerra, por obvios intereses políticos.
Se forma otra vez una contraposición muy fuerte entre el bloque “filo-americano” y el frente adverso. Y de nuevo otra vez EE. UU. intenta desestabilizar y destituir un régimen “incómodo” por medio de una intervención militar.
No tenemos que olvidar que, echando un vistazo al mapa de los países que poseen armas químicas, EE. UU., además de Rusia, Israel, Irán, China, Corea del Norte y otros, están incluidos en esta lista. Además no tenemos que olvidar que EE. UU. utilizó armas químicas durante la guerra de Vietnam entre 1954 y 1975.
En la eventualidad de que fracase el acuerdo recién conseguido entre Rusia, EE. UU. y Siria que prevé una entrega por parte de este último país del arsenal químico, se llegará a una nueva guerra injustificada. Y el principal culpable será el Premio Nobel de la Paz.
La única personalidad que se ha declarado expresamente contraria a la guerra ha sido el Papa Francisco que, además, ha denunciado el comercio de armas que impulsa la guerra en Siria. El Papa duda seriamente sobre la motivación auténtica de la guerra: ¿no se tratará de declarar una guerra exclusivamente por la necesidad de incrementar el comercio de armamentos?
Temo que el tribunal que designó al Nobel de la Paz de 2009 se haya enormemente equivocado.