El otro día cayó en mis manos Instrumental, el libro autobiográfico del pianista británico James Rhodes. Hacía tiempo que no leía algo tan directo, tan letal. Al principio pensaba que no sería mi “tipo” de libro, que me aburriría o que no lo llegaría a acabar. Blackie Books había hecho – como siempre – un magnífico trabajo y David de las Heras se había lucido con las ilustraciones. Pero aun con todo esto, no me decidía a leerlo. Me equivocaba, porque Instrumental es el “tipo” de libro que todos deberíamos abrir.
Así son las primeras líneas de Instrumental: “La música clásica me la pone dura. Ya sé que para algunas personas ésta no será una frase muy prometedora. Pero si quitáis la palabra «clásica», a lo mejor ya no está tan mal”. Creo que la forma de empezar un libro es crucial, y te dice muchas cosas sobre el autor. Bien, no hay mejor manera de dar inicio a un libro como lo ha hecho James Rhodes. Desde el primer párrafo sabes que lo que tienes entre las manos no es algo convencional, es una declaración de principios. Porque Rhodes ni explica, ni cuenta ni escribe, sino que escupe. Vomita todo lo que tiene que decir, sin dejarse nada en el tintero.
Sin embargo, Instrumental no es un libro fácil de leer. Hay capítulos en los que te asqueas, en los que no quieres continuar. Porque, queridos lectores, Rhodes te relata nada más ni nada menos que la verdad. Y la mayoría de veces, la verdad, sin tapujos ni retoques, impacta más que cualquier cosa. El saber que alguien – y que muchas otras personas – han tenido que pasar por una violación y casi un suicidio. Casi. Te hace replantearte tantas, tantísimas cosas de tu vida… Pero así son los libros buenos, los que te dejan reflexionando incluso semanas después de haberlos finalizado.
Uno de los puntos mágicos de este libro es, sin duda alguna, la música. A pesar de escribir sobre las violaciones, las autolesiones o los suicidios, Rhodes habla, esencialmente, de música clásica (la gran olvidada). Al principio de cada capítulo cuenta la historia de distintos músicos: Bach, Ravel, Bruckner, Mozart… Llegas a empaparte de las vivencias de leyendas que ni siquiera te habías detenido a conocer. Es – al fin y al cabo – una crítica a las discográficas, a los grandes sellos, a la música comercial que ya no te hace sentir nada.
En resumen, la esencia de la música es su sentimiento y a Rhodes la música le salvó la vida. Literalmente. Por eso debes leer este libro, porque es crudo, vacío de filtros o engaños. Y te llega de una forma tan directa y tan pura, tan humana, que te deja ese resquemor de cuando acabas un libro que no querías finalizar.